miércoles, enero 27, 2010

"Mis días como profesor de Literatura comenzaron décadas atrás más por el esfuerzo de un azar caprichoso que por una imperiosa e inexorable vocación didáctica. No puedo decir sin engañarme, sin engañaros, que mi pasión por los libros y la lectura se extendiese de manera majestuosa e inmediata a la práctica docente, pero es cierto, para ser justos, que con el transcurrir de los años y algún que otro buen consejo de mis colegas la profesión se me hizo más placentera y reconfortante, menos traumática, que lo que mi poco dotada imaginación pronosticó en un principio. Llegué a sentir respeto y un sincero aprecio por la enseñanza. Ahora todo ha cambiado, yo he cambiado. El tiempo ha pasado, la experiencia del fracaso de nuestras herramientas de comunicación interpersonal, la constatación dolorosa de ese fracaso, ha dejado su poso en mi cuerpo, en mi corazón y en mi alma en forma de un inmenso agujero negro de absoluta apatía. No quiero hablar. No quiero escuchar a nadie. Me resulta absurdo. Es absurdo. Estéril. Falso".

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