"Me representaba sin cesar imágenes que excitaban mis celos, unas más cínicas que otras. Y siempre se trataba de lo mismo: de lo que ocurría allí en mi ausencia, cómo me traicionaba mi mujer. Invadido por la indignación y la ira, me sentía humillado contemplando tales imágenes, pero no podía arrancarme de ellas. Era incapaz de apartarlas; es más, las provocaba. Cuanto más contemplaba esas escenas imaginarias, tanto más creía que eran reales. La claridad con que se me presentaban parecía la prueba de su existencia".
"La sonata a Kreutzer" (León Tolstoi, 1889)
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