"Hace un momento, analizándome, creía que esta separación sin habernos visto era precisamente lo que yo deseaba, y, comparando los pobres goces que Albertina me ofrecía con los espléndidos deseos que me impedía realizar (...), había llegado, muy sutil, a la conclusión de que no quería volver a verla, de que ya no la amaba. Pero aquellas palabras -'mademoiselle Albertina se ha marchado'- acababan de herirme con un dolor tan grande que no podría, pensaba, resistirlo mucho tiempo (...) Me había equivocado creyendo ver claro en mi corazón".
"La fugitiva" (Marcel Proust, 1927)
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